Este voluntariado
empezó con un interesante taller de cuenta cuentos que tenía lugar en el
Rompeolas, situado en el Barrio del Puerto de Coslada (Madrid).
En este taller
conocimos a gente nueva, gente más o menos de 20 años, que tenía el mismo
interés que nosotros.
El taller lo llevó a cabo un hombre con sentido del humor al que le llamábamos
Pingüi, que nos enseñó a tener
ritmo mientras contábamos un cuento con un juego que hacíamos todos los días
nada más llegar. Nos poníamos todos haciendo un circulo y mandábamos a un
compañero una palmada, un guiño, un ruido extraño… y teníamos que seguir el
ritmo. Pingüi también
nos enseñó a improvisar con uno de los juego que más me han gustado y más
gracioso me ha parecido, éste consistía en que, en parejas y sin prepararlo ni
nada, tenía que parecer que habías hecho un viaje con la persona que te había
tocado a un lugar donde PINGÜI te decía. A mí, por ejemplo, me tocó la Luna junto a Miguel García de 1ºBach A. Sólo había
un requisito: no podías dejar de hablar. Este juego, aparte de enseñarnos a
improvisar, nos enseñó que si se quiere contar algo en un cuento, aunque no sea
verdad, y tú te lo crees y pones empeño puedes hacer que
los demás se crean algo absurdo o imposible como por ejemplo un concierto de
Enrique Iglesias en La Luna.
Con muchos otros juegos nos enseñó que para
que presten atención a tu cuento debes compartir miradas con todo aquel que te
escuche, creer en ti mismo y dejarte llevar sin hacer caso a lo que se piensa. Ésto último fue lo que más me costó pues para mí era difícil ponerme delante de
todas aquellas personas y parar de pensar en lo siguiente que tenía que hacer,
además de ésto también me costó bastante perder la vergüenza y contar un cuento
y representarlo a la vez.
Aunque este taller
no ha durado mucho, he aprendido a no ponerme tan nerviosa delante de tanta
gente, a creer en mí misma y una nueva forma de contar los cuentos.
Sandra de Santiago Rodríguez (1ºB)
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